lunes, 11 de abril de 2016

Fuego siempre vivo y Lógos

Heráclito, F 30
Este orden del mundo, el mismo para todos, no lo ha hecho ninguno de los dioses ni de los hombres, sino que ha sido siempre, es y será fuego siempre vivo que en medidas se enciende y en medidas se apaga.

Yo en mis clases enseño una interpretación algo heterodoxa y minoritaria del pensamiento de Heráclito. El cosmos-fuego de B30 es eterno. En este sentido, hay una línea delgada pero inexorable que conduce de la cosmología de Heráclito a la aristotélica, que también postula la eternidad del mundo. No hay, pues, en la magnífica construcción filosófica de Heráclito ningún principio (arché) en el sentido milesio. Tal como yo lo veo, el fuego es la imagen metafórica del devenir mismo, pero no es el origen de donde todo surge y donde todo termina (el problema de si el mundo muere y renace periódicamente será tratado en otra entrada).

El lógos, a su vez, no es causa ni razón de nada: el lógos es el lenguaje del fuego, porque este no vive en una fluencia caótica, sino que se transforma según una ley que se puede descubrir y expresar en un discurso. El discurso paradójico de Heráclito, al apresar el lenguaje de la naturaleza, transparenta la unidad de los contrarios en virtud precisamente de su irreductible oposición. No se pueden jerarquizar el lógos y el fuego, son dos caras de la misma moneda: el fuego es el lógos viviente, eterno y en continua transformación (apagarse-encenderse); el lógos es la ley común de esa vida cósmica, del dinamismo del fuego. Ninguno de ellos es causa del otro. El malentendido de muchas interpretaciones de Heráclito viene de aplicar el concepto milesio de arché al cósmos-fuego del fragmento F 30.

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